sábado, 2 de julio de 2011

Me hice adicta a tu piel.

Recuerdo que un día estando él tumbado sobre la cama y yo sentada a su lado, me pidió que le diera un masaje. Yo le sonreí y me levanté a cojer una crema. No cualquiera. Necesitaba la crema perfecta para su piel, aquella piel que estaba deseando tocar, que había despertado todos mis deseos. Escogí una con aloe-vera, perfecta para su rígida piel. Cuando volví a la habitación, estaba allí tumbado bocabajo. No podía creerlo. Me senté a su lado y observé por un instante todos aquellos preciosos lunares, aquella espalda fuerte y llena de músculos... Empecé a extender la crema por su espalda. Es la mejor sensación que he tenido nunca. Su piel aterciopelada, morena ya por el sol de verano, parecía en perfecta conjunción con mis manos, que subían y bajaban lentamente por su espalda. Entonces, él se quedó dormido, le vi respirar, sonreí. Me levanté y cerré la puerta. Comencé a caminar el pasillo, sonriendo por aquello que acababa de ocurrir.

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